La luna se ve inmensa y es una pena que no traiga mi cámara. Peor aún, tampoco traigo mi fiel reproductor de música, me siento como si me faltase alguna extremidad. Entro a una de esas cafeterías predilectas que tengo y la dependienta me mira con algo de fastidio, supuse yo que estaban por cerrar y vine a echar a perder sus planes.
La carta me la sé, no es la primer vez que asisto a ese café, y creo que me jugaría mi calidad de recomendadora en ese sitio. Pido pues, spaguetti a la crema y un café escorpión. En serio guardo la ingenua esperanza de que la gente pida los capuccinos por el sabor y no por el signo zodiacal que son (cabe señalar que el mío es libra, pero el insípido rompope que ofrecían llama nulamente mi atención) prefiero fingir que soy un escorpión con mi capuccino de mantequilla escocesa que libra de rompope. Son ingeniosos con los nombres de los platillos, más no con la musicalización. Algo que identifico como salsa cantada por yankees, o peor, latinos espaninglisheando, suena. Es horrible, extraño mi zune.
Día de puta madre. Por eso no me gusta planear cosas.
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